29 abril 2010

Vampiro vegetal subterráneo

La mayoría de las plantas se fabrican su propio alimento, pero algunas, además, se lo roban a sus vecinas. He aquí una de estas ladronas, llamada Bartsia latifolia, alias Parentucellia o algarabía. A su lado suelen verse hierbas que están como ajadas prematuramente, con el aire pálido y enfermizo de las víctimas del vampiro, porque Bartsia les está chupando la savia desde las raíces, como podremos comprobar excavando con cuidado. Cuando las raíces de Bartsia contactan con las de su víctima, se hinchan atrapándola y forman así botones llamados haustorios, por los cuales succiona la savia bruta de su desdichada vecina - parece gustar especialmente de la savia de pequeñas espigas, llamadas Vulpia. De este modo, Bartsia logra crecer un poco más a costa ajena, en lo que constituye un ejemplo del llamado hemiparasitismo, y, como también puede florecer sin parasitar, se dice que es hemiparásita facultativa. Pero eso no es todo: la superficie de Bartsia es viscosa, pegajosa... como, supuestamente, lo era la de los antepasados de algunas plantas carnívoras que atrapan a sus presas mediante hojas adhesivas, como la grasilla. Así es Bartsia latifolia: un hemiparásito facultativo con trazas de ancestro de planta carnívora. Pongámosla junto a la mantispa en el podio de lo más extraño de nuestro ecosistema... al menos, ¡por ahora!

26 abril 2010

La mayor riqueza es... ¿un suelo no muy rico?

Al avanzar la primavera, nuestro ecosistema se transforma rápidamente, cuando, cada pocas semanas, cambian las flores dominantes en el pastizal. Por ejemplo, concluye en estos días el tiempo de los Senecio minutus, esas minúsculas margaritas endémicas amarillas, y comienza el tiempo de los ranúnculos (Ranunculus paludosus), cuyas flores, como botones dorados, se abren por doquier, junto con todo su cortejo de especies acompañantes: orquídeas-abeja, acederas de lagarto, silenes, minúsculas cariofiláceas, y tulipanes de monte, manzanillas portuguesas, espigas de Vulpia, lino de lagartijas, herraduras, vulnerarias...

¿Cómo pueden tantas especies distintas crecer en el mismo ecosistema? Como vimos antes, parte de la respuesta parece estar en que los herbívoros impiden que unas especies excluyan a otras, pero no deja de ser llamativo que un suelo tan pobre, tan rocoso, albergue tantísima biodiversidad. A primera vista, uno podría pensar que cuanto más rico sea el suelo, más especies vegetales habrá en él, pero, de nuevo, puede que la intuición nos engañe. Porque la mayor biodiversidad suele darse no en los suelos más ricos, ni tampoco en los más pobres, sino en los que no son ni muy pobres ni muy ricos... más bien medianamente pobres. Suelos como el de nuestro ecosistema, casualmente. ¿A qué puede deberse esta extraña relación? ¿Tendrá que ver la competencia entre especies, favorecida en suelos muy ricos? La respuesta parece que no está clara, y el tema permanece como uno de los más complejos de la ecología actual - incluso hay quien duda de que esa relación entre biodiversidad y productividad del suelo realmente exista a escala mundial, aunque sí se dé, por ejemplo, en los pastos mediterráneos. La controversia está servida... ¿alguna idea?

19 abril 2010

¿Algunas lagartijas son como hierbas?

He aquí a un endemismo iberomediterráneo, una lagartija cenicienta (Psammodromus hispanicus). Está tomando el sol en un claro del tomillar, su territorio de caza. Si la cogiéramos se pondría a chillar, en lo que constituye una eficaz estrategia defensiva, pues lograría que la mayor parte de la gente la soltase. Pertenece a una familia de reptiles muy propios de la Región Mediterránea, los lacértidos, los lagartos y lagartijas. Al ser de sangre fría, estos saurios necesitan muy poco alimento, así que sobreviven en matorrales muy pobres y pedregosos - desde este punto de vista, los mamíferos nos las arreglamos mucho peor que los reptiles, ¡necesitamos comer demasiado! Por un motivo u otro, el matorral mediterráneo es seguramente el hábitat más rico en reptiles de toda Europa. Por ejemplo, en nuestro ecosistema hay al menos 4 especies de lacértidos: las lagartijas cenicientas recorren los tomillares, mientras que las lagartijas colilargas buscan la espesura de las coscojas, y en los roquedos viven tanto lagartijas ibéricas como grandes lagartos ocelados.

Comparemos a la lagartija cenicienta con su pariente más próximo, la lagartija colilarga, que también pertenece al género Psammodromus. La mayoría de las cenicientas no logra sobrevivir a su primer año de vida, mientras que las colilargas normalmente sí y viven hasta 5-7 años. Además, las cenicientas maduran a los 8-9 meses de edad; las colilargas necesitan 1-2 años. En vista de lo cual, si comparamos a estas lagartijas con plantas, la cenicienta sería una hierba anual y la colilarga una leñosa. Las hierbas anuales suelen ser los colonizadores pioneros de la tierra desnuda, se propagan fácilmente y colonizan nuevos territorios con rapidez. Sabiendo esto, ¿será casualidad el que la lagartija cenicienta, al parecer, se haya adelantado a otras especies de saurios en su colonización de nuevos territorios después de la última Edad de Hielo? Quizá, después de todo, algunas lagartijas sí sean como hierbas, porque la evolución repite una y otra vez las mismas estrategias en distintos organismos.

Datos sobre los saurios mediterráneos en Reptiles y Anfibios: Guía de Campo (Arnold & Ovenden 2002, Omega)

12 abril 2010

Jardinería involuntaria

Avanza abril y las hierbas enanas del pastizal brotan y florecen en su mundo en miniatura. Los rigores del clima mediterráneo y la pobreza del suelo rocoso las obligan a ser diminutas, a aprovechar con rapidez esta breve época favorable. Su mayor problema en esta primavera serán los herbívoros, pero a la vez muchas de estas hierbas les deben su existencia en el pasto. Para entenderlo, fijémonos en uno de los herbívoros más frecuentes de todo el Paleártico, el conejo común (Oryctolagus cuniculus), sin duda el mamífero ibérico más internacional de todos y del que tantas entradas podrían escribirse.

Como herbívoros, los conejos son muy competitivos: cuando pastan dejan la hierba tan baja que ni los ciervos ni el ganado pueden ya comerla. Esto hace que el conejo, cuando abunda muchísimo, pueda literalmente dejar el suelo pelado y extinguir a otros herbívoros, como demostraron las desastrosas plagas de conejo en Australia a principios del siglo XX, que motivaron la construcción de vallas de cientos de kilómetros que cruzaban el país en un intento de contener a los conejos. Sin embargo, en condiciones normales, cuando los depredadores controlan la abundancia del conejo, su efecto sobre el pasto puede ser beneficioso, como demostró un sencillo experimento realizado en unos herbazales de Inglaterra hace ya casi un siglo.

Los investigadores vallaron algunas parcelas, excluyendo así a los conejos, y al cabo de un tiempo compararon la biodiversidad de hierbas de esas parcelas con la de cuadros adyacentes pastados por conejos. Los resultados fueron espectaculares: en las parcelas pastadas había muchas más especies de hierbas (cuadro izquierdo, donde cada letra distinta representa una especie), mientras que en las parcelas sin conejos dominaban sólo unas pocas especies (cuadro derecho). ¿Cómo es posible esto? ¿No debería ser al revés? La explicación está en que el conejo se come a las especies más competitivas de hierbas, las plantas que, por sus cualidades, acabarían ganándoles la partida a las demás especies en la lucha por la vida en el herbazal, eliminándolas del ecosistema. El conejo simplemente les impide ganar esa partida comiéndoles las hojas, y gracias a eso las especies menos competitivas pueden mantenerse sobre el tablero. Al haber más biodiversidad, el pastizal será más resistente frente a posibles catástrofes como sequías o inundaciones. De este modo, sin pretenderlo, conejos, ovejas, ciervos, antílopes y demás herbívoros ayudan a conservar el tesoro de la biodiversidad a nuestro alrededor.

El artículo citado, del que proceden los cuadros de la imagen, es Tansley & Adamson (1925). Studies of the vegetation of the English chalk. III. The chalk grasslands of the Hampshire-Sussex border. Journal of Ecology 13: 177-223.

07 abril 2010

Elaiosoma

Salvo excepciones, nosotros, los animales, podemos movernos; podemos huir de donde no queramos estar y buscar mejores sitios. En cambio, las plantas, una vez arraigadas, jamás abandonarán su puesto: deben afrontar todo lo que venga o morir. Su única opción de viajar es cuando aún son semillas, pequeños embriones rodeados de alimento, juguetes del viento, del agua, de los animales, y sobre todo de la ciega injusticia del azar.

De entre los animales, en nuestro ecosistema ninguno ayuda tanto a las plantas a viajar como las hormigas. Ejércitos de hormigas patrullan incesantes cada brizna de hierba, cada palmo de suelo, durante la primavera mediterránea, y en su deambular comen ingentes cantidades de huevos de insecto y se llevan en las mandíbulas las semillas que más les gustan. Suelen gustarles las que tienen un apéndice graso nutritivo: un elaiosoma. Para ellas es comida, pero para la semilla representa el pasaporte a la tierra mullida y abonada que rodea al hormiguero, ya que es allí, en la misma entrada, adonde las hormigas pueden llevarla para dejarla abandonada tras dar buena cuenta del bocado oleoso del elaiosoma.

Así, gracias a los elaiosomas, las semillas no sólo pueden viajar sino que alcanzan una tierra muy favorable para su crecimiento. Con tamaña ventaja, no es raro que los elaiosomas hayan surgido independientemente en varios linajes de plantas de la flora mundial. Volviendo a nuestra Región Mediterránea y al mes de abril, seguramente habría que agradecer a las hormigas la imagen de muchas de las trompetas rosas que ahora abre junto a los caminos una de nuestras labiadas más tempranas, la ortiga muerta Lamium amplexicaule. Mientras avanza la primavera, nuevos elaiosomas crecen sobre las incipientes semillas de esta especie, como demostrando una inteligencia que ni existe en las plantas ni es necesaria para que la evolución produzca adaptaciones que podrían parecernos, eso sí, inteligentes.

02 abril 2010

La charca de las oportunidades

Las lluvias generosas de este año han creado, de nuevo, la charca, una pequeña laguna, en las afueras del ecosistema, que llevaba 13 años sin formarse. Como aquella primavera, en las orillas cientos de renacuajos de sapo (Bufo, abajo) se arremolinan sobre el barro, mordisqueando las plantas y algas en descomposición. Entre ellos se retuercen diminutas larvas de mosquitos quironómidos, que serpentean dibujando ochos a medias aguas. Ese también es el hábitat de los cangrejos cíclope, que, con su único ojo y su cuerpo de apenas medio milímetro, recuerdan al grupo de crustáceos dulceacuícolas del que, al parecer, evolucionaron los insectos. Voraces larvas de escarabajos acuáticos acechan a los renacuajos, y los mosquitos ahogados que flotan sobre la superficie del agua son el alimento de la hidrómetra (Hydrometra stagnorum, dibujo), una de esas especies de chinches que, literalmente, caminan sobre las aguas apoyándose en la tensión superficial. La comunidad de la charca configura un microcosmos que durará pocos meses pero, en tan poco tiempo, alcanzará una complejidad sorprendente.

Todas estas especies han permanecido ausentes del lugar durante más de una década, y sin embargo aquí están de nuevo. Los sapos del monte, ocultos durante años, se han desplazado hasta la charca guiados por un instinto más viejo que su propia especie. Los huevos del cíclope habrán aguardado su momento en el suelo, o habrán llegado arrastrados por el aire. Por su parte, los escarabajos acuáticos y la hidrómetra probablemente han venido desde lejos, quizá desde la charca de Los Caños, a más de un kilómetro. De una manera u otra, las lagunas temporales, tan propias de la Región Mediterránea, demuestran que la vida jamás desperdicia una ocasión de desarrollarse, aunque esa oportunidad sólo surja una vez cada 13 años.