31 julio 2010

El beso de la muerte

Avanza el verano y cada mañana, cuando comienza a apretar el calor, las escasas flores que ahora se abren en el monte mediterráneo se llenan de visitantes deseosos de libar. Es el tiempo de numerosas especies de abejas solitarias, que se afanan en las flores del cardo corredor, de los ajos silvestres y las espuelas de caballero. Junto a estas abejas encontramos toda una fantástica variedad de avispas cazadoras y parásitas, como la que muestra este dibujo, la Leucospis, una de las mayores avispas calcídidas. Este grupo de avispas suele desarrollarse consumiendo a otros insectos, y Leucospis gigas no es una excepción en esto pero sí por su insólita víctima, porque esta avispa se las ingenia para poner sus huevos dentro de un verdadero búnquer, el nido más fortificado de cuantos hay en el matorral mediterráneo, el de la abeja albañil, la Chalicodoma.

Las Chalicodoma, de distintas especies, son abejas solitarias que construyen nidos sobre las rocas o en las ramas, usando una especie de cemento durísimo que fabrican amasando el polvo de la tierra con su propia saliva, añadiendo alguna piedrecita bien encajada para reforzar esta argamasa. Cada abeja hembra prepara varias celdas hechas de este mortero, y en cada una almacena miel y pone un huevo flotante, tras lo cual procede a sellar totalmente la jarrita y comienza con otra. Terminadas todas las celdas, la abeja cubre todo el nido con una gruesa capa de mortero, y os aseguro que la estructura final tiene al menos la misma dureza que un trozo de cemento. Es en esta fortaleza de sólidos muros donde la Leucospis ha de poner su huevo. ¿Cómo logra semejante hazaña?

Lo consigue utilizando un arma secreta: cuando se posa en el nido de la abeja albañil, la Leucospis despliega una especie de larguísima "cola" que lleva plegada sobre el dorso y cuya base está enrollada bajo el abdomen. Es su ovipositor, un filamento negro, tan fino como un pelo, con cuya punta pone los huevos. La avispa lo puede mover a voluntad, y lo dirige en vertical hacia el muro del nido. Utilizándolo como un taladro, la Leucospis va perforando lentamente el cemento, tan despacio que parece que no está haciendo nada, pero al cabo de aproximadamente una hora alcanza el interior de una celda de abeja, y entonces inyecta un huevo e inmediatamente extrae toda su maquinaria de sondeo, sin dejar apenas señal alguna en la superficie del nido. Dentro de la celda, del huevo nace una larva con forma de gusano, que rápidamente se agarra a la crecida larva de abeja. Como una especie de vampiro, la larva de Leucospis crece a costa de succionar los fluidos de la larva de abeja, pero lo hace sin herirla en ningún momento, simplemente sorbiendo a través de la húmeda piel, haciendo ventosa con la boca. Este siniestro beso termina invariablemente con la larva de abeja marchita y muerta, y entonces la larva de Leucospis queda como única ocupante de la oscura celda. Pasará el invierno dentro, soportando temperaturas bajo cero, y en el siguiente verano emergerá de los muros en que ha nacido, lista para reanudar un año más la extraña historia de su especie. Así viven estas avispas, uno de tantos letales visitantes de nido en el mundo de las abejas mediterráneas.

Más sobre la Leucospis y la abeja albañil en los Souvenirs Entomologiques de Fabre.
Y para conocer mejor a nuestras Leucospis, aquí tenemos esta clave.

20 julio 2010

En busca del agua

En las mañanas de los días más calurosos del año, cuando el aire aún conserva el frescor de la noche, un coro de ásperas llamadas que se pierden en el cielo, sobre los eriales, nos avisa de que las gangas van a beber. Las gangas, tan propias de las estepas y desiertos del Viejo Mundo, prosperan en el páramo del Campo de Montiel, donde habitan las dos especies presentes en Europa: la ganga ortega (Pterocles orientalis) y la ganga ibérica (Pterocles alchata), que aquí se muestra en vuelo, con su silueta como de paloma de alas y cola afiladas, y el hermoso plumaje del macho, delante, contrastando con la librea más discreta de la hembra, que lo sigue. ¿Cómo logran estos pájaros no sólo sobrevivir al calor aplastante del verano manchego, sino incluso sacar adelante en plena canícula a sus pollos? Hay tres hechos que nos ayudan a comprenderlo.

En primer lugar, las gangas ibéricas soportan mejor las altas temperaturas porque su cuerpo, al funcionar, genera poco calor para ser un pájaro de unos 300 g, lo cual se debe a que necesitan relativamente poca energía - en concreto, la ganga gasta como un tercio menos de calorías respecto a lo que sería de esperar por su peso. Si consultáis el enlace anterior y hacéis algunos números, es curioso pensar que un animal tan soberbio como este vertebrado necesite para sobrevivir apenas 1,2 vatios, mucho menos que una bombilla de bajo consumo - que también se calienta menos que una bombilla normal.

Además de calentarse poco, las gangas beben asiduamente. Con el fresco de la mañana, las hembras alzan el vuelo y se dirigen hacia los bebederos; muchas van a la cola del Embalse de Vallehermoso, a unos 12 km de distancia a vuelo de pájaro. Por el camino lanzan al aire su reclamo, que es como un "cáa, cáa" más propio de una gaviota que de un ave tan parecida a una paloma. Atraídas por los reclamos de sus compañeras, las gangas se van reuniendo y terminan formando bandos numerosos, para descender finalmente al bebedero, tras asegurarse de que no hay peligro. En pocos segundos beben hasta un 15% de su peso y se marchan silenciosas; a su regreso llega el turno de los machos. Si la pareja de gangas tiene ya pollos nacidos, el macho, antes de emprender el vuelo, restriega contra la tierra las plumas de la pechuga, desordenándolas en todas direcciones y preparándose así para jugar la tercera y más extraordinaria baza de las gangas contra el calor.

Al llegar al bebedero, el padre ganga remojará bien las plumas del pecho, empapándolas de agua a conciencia, cosa que se ve facilitada porque esas plumas son muy absorbentes, por su peculiar estructura. Cuando el macho vuelva con sus pollos, éstos rápidamente acudirán a pasarle el pico por las plumas cargadas de agua, sorbiendo así una pequeña pero valiosísima cantidad de líquido que les ayudará a sobrellevar las largas horas bajo un sol que pone el aire a casi 40º un día tras otro, y que calienta el suelo hasta los 60º C. Si tuviéramos que aguantar esas condiciones en campo abierto pronto nos abatiría la insolación, y al final sucumbiríamos deshidratados, en el mismo tórrido erial en que las gangas prefieren vivir.

Marchant (1962) comprobó cómo beben así los pollos de ganga ibérica, y Ferguson-Lees (1969) da más información sobre horarios y costumbres en los bebederos.

08 julio 2010

La cazadora de la tarántula

En nuestro matorral mediterráneo, la hierba dorada por el Sol contrasta ahora con el verde de las cercanas viñas, y un sofocante calor sahariano se abate cada día sobre todos los habitantes del ecosistema casi desde el mismo amanecer. Las aves buscan refugio en la sombra fresca de las encinas, y únicamente las menores, como las currucas, mantienen cierta actividad al sobrepasarse los 30ºC - al igual que los niños, los pájaros parecen tener tanto menos calor cuanto más pequeños son. Las horas tórridas del mediodía pertenecen no ya si quiera a los reptiles, sino a insectos de linajes tropicales. Es el caso de los saltamontes, cuya máxima biodiversidad se da hacia los trópicos, y también de las hormigas león, de las cigarras y las avispas cazadoras. Muchas de estas avispas solitarias patrullan ya en busca de presas bajo el Sol: las pequeñas Tachytes, que capturan saltamontes, el lobo de las abejas, que las caza en vuelo, y las grandes Sphex de alas doradas, o las delgadísimas Prionyx, las veloces Bembix... Aunque cacen distintas presas, todas estas avispas hacen fundamentalmente lo mismo: buscar una víctima, paralizarla con el aguijón, ocultarla en un agujero y ponerle un huevo, del que saldrá una larva que devora viva a la desdichada e inmóvil presa.

De todas las historias fascinantes que podríamos contar aquí sobre estos hermosos insectos, fijémonos hoy en la más temeraria de todas nuestras avispas cazadoras, la que se enfrenta a la presa más formidable, una víctima que en principio es totalmente capaz de dar muerte a su cazador con tanta eficacia como éste a ella misma. Es la avispa Cryptocheilus rubellus, la cazadora de tarántulas. Una sola vez en 12 años he cruzado mi camino con el de uno de estos avispones impresionantes, pero son tan raros que aún puedo considerarme afortunado. Todo en su cuerpo rojizo como el cobre delata que la evolución la ha esculpido para vencer a un durísimo contrincante, desde sus patas largas, robustas y veloces, pasando por su coraza refulgente bajo el Sol como metal bruñido, hasta su robusto tórax, que alberga los potentes músculos de unas alas doradas, oscuras, como ahumadas hacia el ápice.

Cada verano, una nueva generación de estas avispas cazadoras de tarántulas ve la luz del Sol para reanudar la historia de su especie, una de las más extrañas que pueda imaginarse para un insecto. Porque, después de aparearse, una Cryptocheilus fecundada dedicará todo su esfuerzo a localizar la guarida de una tarántula, ese brocal de seda que orla un agujero circular en el suelo delatando el cubil de la mayor araña de Europa. La tarántula mediterránea, Lycosa tarentula, dará que hablar en este blog próximamente, pero de momento basta con saber que puede superar los 6 cm de envergadura y que su mordedura arrebata la vida incluso a pequeños pájaros. Una vez localizada la madriguera de la tarántula, la Cryptocheilus se ofrece a sí misma como cebo, provocando a la gran araña a base de asomarse repetidamente al interior del agujero, hasta que logra hacerla salir un tanto, y entonces, en pocos segundos, la avispa se las ingenia para esquivar cualquier ataque de la tarántula y terminar clavándole el aguijón nada menos que justo entre los colmillos venenosos que flanquean la boca del pequeño monstruo, uno de sus pocos puntos vulnerables. Y aunque parezca increíble, al pararecer jamás se ha visto que la avispa termine entre las fauces de la araña. Tras la picadura de la avispa, la tarántula queda paralizada casi al instante, y entonces su vencedora la arrastra para ponerle el huevo, tal y como se muestra en la imagen.

Cryptocheilus rubellus es la mayor avispa cazadora de arañas de Europa, pero en nuestros montes hay muchas más especies dentro de su familia, los Pompílidos. ¿Qué extraña cadena de casualidades hizo de las avispas de esta familia los más consumados enemigos de los depredadores venenosos más comunes en la naturaleza? Los caminos de la evolución son caprichosos, pero eso nos ha dado especies tan fascinantes como nuestra cazadora de tarántulas, que nos demuestra que la vida en nuestros campos yermos no deja de albergar sorpresas incluso en plena ola de calor sahariano.

Más sobre Cryptocheilus y tarántulas en los Souvenirs Entomologiques de Jean Henri Fabre, de los cuales podéis bajar gratis algunas ediciones traducidas al inglés desde el enlace que proporciono a la derecha.