22 diciembre 2010

Tres especies y un nicho

Una imagen como ésta es tan difícil de contemplar como fácil de ver resulta su protagonista rapaz, el aguilucho pálido (Circus cyaneus), en sus largos planeos sobre los campos abiertos durante el invierno, ya sea en La Mancha o en cualquier otra zona despejada a lo largo de casi toda la región Paleártica (Eurasia y Norteamérica). Cada año sobrevuelan nuestro ecosistema algunos aguiluchos pálidos, menos que sus parientes estivales, los aguiluchos cenizos (Circus pygargus), que prácticamente son idénticos excepto por su tamaño algo mayor y por migrar cada año desde el África subsahariana. Por lo demás, ambas especies de aguiluchos cazan planeando bajo sobre los campos, y ambas capturan más o menos lo mismo: pequeños vertebrados (sobre todo pajarillos, roedores, algún gazapo...) y a menudo insectos grandes.

Por tanto, a efectos prácticos, uno y otro aguilucho desempeñan el mismo papel en el ecosistema, el mismo nicho ecológico. Y esto va en contra de lo que se nos enseña generalmente a los biólogos: que cada especie tiene un nicho ecológico distinto, separado del de otras especies de su comunidad. Pero muchos os habréis ya percatado de que en realidad ambos aguiluchos sí que ocupan nichos distintos, separados en el tiempo por la estación del año. De este modo, viven en el mismo sitio pero nunca coinciden lo suficiente como para competir en serio uno con otro por el alimento, lo cual llevaría a la extinción de la especie menos capaz, según cree la mayoría de los naturalistas. Con esto, la norma "una especie - un nicho" queda salvada.

Pero quitémonos los prismáticos y miremos alrededor del aguilucho pálido. En esos mismos campos abiertos podemos encontrar ratoneros y milanos reales, rapaces que solamente visitan el paraje en invierno, con dietas prácticamente idénticas a las del aguilucho pálido. ¿Diremos que ocupan nichos distintos? Si es así, ¿dónde está la diferencia que los separa? Tanto el aguilucho pálido como el ratonero y el milano se dedican a capturar lo que buenamente pueden para sobrevivir al invierno, ¿podemos pensar que se van a permitir el lujo de seleccionar a su presa para evitar competir entre sí? Como no puedo convencerme de que no compitan por sus presas (lo que come uno ya no lo comerá otro), tengo que considerar que las tres rapaces están ocupando un mismo nicho en el ecosistema. Es decir, cuando llega el invierno, cuando escasean las presas, los temporales impiden cazar y en los días de sol apenas hay horas de luz para conseguir alimento, en esos meses durísimos para la vida, en nuestro monte no hay una sola especie de rapaz planeadora, como en verano, sino... ¡nada menos que tres! Tres especies en el mismo nicho.

Por desgracia, la definición de nicho es tan capciosa que habrá quien piense que no llevo razón, que estas tres rapaces ocuparán tres nichos distintos, separados por alguna peculiaridad completamente insignificante que distinga sus dietas en el paraje. Da lo mismo: si compiten, la teoría clásica dice que debería quedar una sola especie. Y es difícil negar que compitan por el escaso alimento en las condiciones que he descrito antes. Por todo esto, y por más cosas que ya he comentado por aquí, considero que la imagen típica de las comunidades ecológicas, esa idea de que cada especie tiene forzosamente un nicho distinto, es una caricatura de la realidad que más que ayudar nos confunde a la hora de comprender la naturaleza.

11 diciembre 2010

Los pequeños migradores

Después de las primeras nieves y de las lluvias abundantes que siguieron, por fin vuelve a salir el sol sobre nuestro monte mediterráneo, y ahora todos los pajarillos se afanan aprovechando las horas de buen tiempo para conseguir algo de la comida que no han logrado en estos días de tempestades. Toda la comunidad de aves invernantes está en movimiento: petirrojos y herrerillos trajinan por las copas de las encinas, más arriba de la altura de las ramas por donde se suele ver a las currucas. Los zorzales y las urracas cruzan de un arbusto a otro, bandos de torcaces pasan rápidamente por el cielo, y a lo lejos se oyen gangas, ortegas, mirlos... En esta época incluso los pedregales tienen su propio especialista, el colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros, el de esta acuarela es un macho). Cada invierno, dos o tres parejas de colirrojos se instalan provisionalmente en torno a las alineaciones de rocas apiladas que delimitan un antiguo campo de cultivo, abandonado hace décadas e invadido por matorrales, en el borde del ecosistema. Como tantas especies de aves, los colirrojos sólo visitan el paraje en invierno, y se marchan en cuanto despunta la primavera. Lo mismo cabe decir de los reyezuelos, petirrojos, zorzales, escribanos montesinos, pinzones, herrerillos, alondras... Todos ellos tienen algo en común: son pájaros bastante pequeños. En comparación, muchas de las aves que pueden verse todo el año son medianas o grandes, como avutardas, sisones, torcaces, perdices, gangas y ratoneros, por citar unas cuantas especies. Y si lo pensamos tiene toda la lógica del mundo, porque, al igual que los más propensos a padecer el frío son los niños pequeños, las aves más menudas resultan mucho más vulnerables a las heladas que las de mayor tamaño. Un ser vivo pequeño tiene mucha superficie corporal comparada con su peso, y esa elevada relación superficie/volumen hace que pierda más calor que uno grande. Por eso esperaríamos que las aves que vienen a estas tierras huyendo del frío de los inviernos del norte fuesen mayoritariamente pequeñas. Un simple paseo por cualquiera de nuestros montes confirma esta sencilla expectativa, otro ejemplo más de que la naturaleza a menudo es más fácil de entender de lo que parece.