23 agosto 2011

Saqueadores de élite

Gracias a una cazadora conocí a los saqueadores más hábiles y terribles del lugar. Todo empezó una tarde a mediados de julio, cuando por casualidad, entre la hierba seca, sorprendí a una avispa rojinegra tapando su nido a ras de suelo. Encajaba pequeñas piedras en la entrada, y lanzaba después tierra con las patas para disimular el agujero. Pronto se marchó, no sin darme tiempo de identificarla como una hembra de Prionyx. La curiosidad me impulsó a excavar con una navaja hasta desenterrar aquella guarida subterránea: era un túnel con forma de L, y en el lado corto había dos jóvenes langostas italianas (Calliptamus barbarus), paralizadas y almacenadas boca arriba, una tras otra. Os podréis hacer una idea con esta imagen, donde la L está vista como si fuera una J y se aprecia la última presa que guardó:


En lo que sería la ijada de ese saltamontes había como una cápsula de gelatina blanca, el huevo de la Prionyx. Con cuidado, me llevé a casa las dos presas, huevo incluido, y las instalé sobre una capa de arena en un frasco, dejándolo a oscuras, impaciente por ver cómo se desarrollaba esta avispa solitaria cazadora de saltamontes. A los dos días el huevo seguía intacto pero se veía por transparencia que algo estaba devorando al saltamontes desde dentro, ¿una larva? ¡Parecían varias! En apenas una jornada sólo quedó la cáscara vacía de esta primera presa, y por entonces vi algo entrando a la segunda, aún viva, que en dos días escasos quedó también reducida al cascarón. Después, ni rastro de los devoradores. ¿Qué había pasado ? El huevo de la Prionyx seguía allí, marchito. ¿Quiénes se habían comido a los saltamontes? Al cabo de unas cuantas semanas, a finales de agosto, conocí la respuesta.

Sobre la arena del fondo del frasco habían aparecido 9 diminutas moscas grises, de apenas 3 mm de largo, idénticas a las que en julio se veían frecuentemente recorriendo nerviosas el suelo, revoloteando como en busca de algo. Las conocía sólo por su especie más llamativa, Sphenometopa fastuosa (dibujo), inconfundible por una librea arlequinada que hace difícil creer que sea pariente de las moscardas grises (Sarcophaga). Todas estas mosquitas, que llamaremos miltogramas por pertenecer a la subfamilia Miltogramminae, tienen su inquietud bien justificada, porque para reproducirse aprovechan un instante tan fugaz como difícil de presenciar. Cuando una avispa cazadora está metiendo dentro del nido a su presa paralizada, en ese momento en que la peligrosa avispa está dentro del túnel y por tanto no podrá atacar a la indefensa miltograma, entonces la pequeña saqueadora se acerca a la entrada y en un abrir y cerrar de ojos pone unos cuantos huevos sobre la presa. Eclosionarán en pocas horas y, sellado ya el nido, las larvas se desarrollarán llegando a devorar incluso a su legítimo inquilino, la larva de la avispa. Como es lógico, al menos algunas avispas cazadoras temen a estos ladrones. Una avispa Bembix, por ejemplo, se muestra recelosa de entrar al nido con una presa cuando ve alrededor de la entrada a las miltogramas esperándola. ¡Y pensar que esta avispa sólo caza moscas! En una enorme ironía de la evolución, la Bembix teme a las minúsculas miltogramas y en cambio captura sin dudarlo moscas mucho más grandes.

Por estar las miltogramas así asociadas a las avispas cazadoras, los ingleses las denominan "moscas satélites", quizá evocando una lejana similitud con las pequeñas lunas que siguen a un planeta. Por robarles la presa a las avispas, son cleptoparásitos, y por devorar a su larva, las llamaremos parasitoides de parasitoides, oséase... hiperparasitoides. Los primeros hiperparasitoides que aparecen por este blog, pero no serán los últimos, porque parece como si la naturaleza estuviera empeñada en asombrarnos y para eso le sobrase con un pequeño monte que se recorre en diez minutos.

Más sobre las miltogramas que parasitan a las avispas cazadoras en los Souvenirs Entomologiques de Fabre.

09 agosto 2011

La red de la bastarda


Al amanecer, sobre la carretera, una culebra permanecía quieta sobre el asfalto. Parecía otra serpiente atropellada más, pero cuando me acerqué alzó la cabeza y empezó a sisear amenazadoramente, mientras ensanchaba el cuello al estilo de las cobras y se agitaba como dispuesta a ejercer de un mordisco una agresividad difícil de ver en otras serpientes. Recordé aquellas fantásticas historias de cazadores en las que una de estas grandes culebras bastardas occidentales (Malopolon monspessulanus), tan ancha como un brazo, acorralaba con esta exhibición a un hombre desarmado, irguiéndose hasta la altura del pecho y amedrentándolo con espantosos silbidos y latigazos de su cola. Con todo, las bastardas son poco mordedoras si las comparamos con la culebra de escalera, Rhinechis scalarisy el mordisco de una bastarda no resulta especialmente peligroso: cuenta Valverde que le mordió un adulto de metro y medio, clavando bien incluso los dientes venenosos del fondo de la boca, tras lo cual sólo notó, a las dos horas, "ligero hormigueo y torpor en el brazo y leve inflamación de ganglios axilares."

Esta serpiente, la mayor culebra de Europa, puede superar los 2,5 m y prospera en los cultivos, pedregales y eriales del oeste de la cuenca mediterránea (la bastarda del este es considerada por muchos como otra especie, Malpolon insignitus). De joven, la culebra bastarda caza sobre todo insectos, después basa su dieta en reptiles, incluyendo ejemplares de su misma especie, y los ejemplares viejos, de hasta 25 años, cazan muchos lagartos, culebras y algún gazapo ocasional, para lo cual parece ser que se deslizan por las conejeras (ver dibujo). Por ser depredador de reptiles, que a su vez depredan sobre insectos y vertebrados, la bastarda ocupa el papel de superpredador dentro de la comunidad reptiliana del ecosistema, un conjunto de especies cuyas relaciones alimentarias más habituales, en animales adultos, podrían esquematizarse así:


Como puede verse, todos los caminos conducen... a la bastarda. En el diagrama, sólo ella y el lagarto ocelado actúan como superpredadores de reptiles, es decir, dos de siete especies. Esto refleja una tendencia observada a menudo en la naturaleza: cuanto más avanza uno en la cadena alimentaria (de los vegetales a los herbívoros, de éstos a los predadores y de ahí a los superpredadores), menos especies hay. Suele leerse que el motivo es muy sencillo (y clásico): en cada eslabón de la cadena alimentaria se pierde energía en forma de calor (respiración), de manera que queda menos energía disponible para el siguiente eslabón y por tanto habrá menos especies que puedan ocuparlo. Esta pérdida energética significa que una caloría contenida en la hierba no puede convertirse en una caloría en la carne de un herbívoro, ni ésta en una caloría dentro de un carnívoro. Nos lo dice una de las leyes básicas del universo, el segundo principio de la termodinámica: en toda transferencia de energía la eficacia nunca es del 100%, ya que inevitablemente una parte de la energía se disipa como calor. Este enlace con la física contribuye a darle vigor al argumento, porque realmente sería muy elegante poder explicar el número de especies aludiendo a un principio físico fundamental.

Sin embargo, estas ideas, al menos así expresadas, realmente no explican lo que pretenden aclarar. De acuerdo, en cada eslabón hay menos energía que en el siguiente, pero, ¿por qué eso habría de traducirse en menos especies? La idea de fondo parece ser que al haber menos energía disponible hay menos especies. Por tanto, en los desiertos, o en los polos, lugares donde apenas hay vegetales que inicien la cadena alimentaria, deberíamos encontrar consistentemente menos especies. Y así parece ser, pero entonces, ¿por qué en los desiertos es donde hay más especies de escorpiones, y en los polos de focas, ambos superpredadores? Por no hablar de que donde más especies de marsupiales carnívoros existen es precisamente en pleno desierto australiano. Y ahora veámoslo desde el otro lado: si cuanta más energía más especies puede haber, ¿por qué al abonar un campo, o al llenar de nutrientes un acuario, aumenta la energía que captan las plantas, o algas, pero generalmente el número de especies disminuye? Al margen de todo esto, en realidad resulta que en el mundo hay muchas más especies de insectos herbívoros (eslabón nº 2) que de plantas terrestres (eslabón nº 1). Así que esta idea tan extendida, la de que el número de especies en cada nivel de la red alimentaria está limitado por la energía disponible, tiene mucha más miga y menos verdad de lo que podría parecer a primera vista. La naturaleza, por suerte o por desgracia, no es tan sencilla como a veces nos empeñamos en pintarla...

Datos de la dieta de los reptiles del paraje tomados principalmente de Valverde (1960) Estructura de una comunidad de vertebrados terrestres (gracias, Jesús Dorda, por la referencia), pero también de monografías sobre algunas de las especies incluidas. Más sobre el argumento energético en Rosenzweig (1995) Species diversity in space and time, y en Gaston & Blackburn (2000) Pattern and process in macroecology.